viernes, 22 de junio de 2007

Programa de A.A. - Capítulo V


Traemos aquí el capítulo V del Libro deA.A., el capítulo que se lee con unción.

V. NUESTRO PROGRAMA / How it works

Raramente hemos visto a una persona que, siguiendo el camino recorrido por nosotros, no haya tenido éxito en su lucha contra el alcohol. Los que no se restablecen son personas que no pueden o no quieren someterse completamente a este simple programa. Son por lo común hombres y mujeres que por naturaleza son incapaces de ser sinceros consigo mismos. Hay esta clase de desafortunados. No es su culpa, parecen haber nacido así. Su naturaleza no les permite adoptar y desarrollar una forma de vivir que exige una rigurosa honestidad. Sus posibilidades de restablecerse son limitadas. Aunque son individuos que sufren graves anomalías emocionales y mentales; sin embargo, muchos de ellos se restablecen si son capaces de ser honestos y sinceros.

Nuestras historias revelan lo que éramos, lo que nos sucedió y lo que ahora somos. Si usted, lector, quiere lo que nosotros tenemos y está dispuesto a todo para obtener nuestros resultados, estará dispuesto a avanzar por pasos.

Al principio, algunos de estos pasos no fueron aceptados por nosotros. Pensábamos poder encontrar un camino más fácil, más cómodo. Mas esto fue imposible. Con toda la energía y honestidad que poseemos, le rogamos no tener miedo y ser sincero desde el comienzo. Varios de nosotros han intentado aferrarse a sus viejas ideas y el resultado ha sido cero hasta que las abandonan.

Recordemos todos que tenemos que tratar con el alcohol ¡astuto, desconcertante y potente! Sin ayuda, es demasiado para nosotros. Pero hay un Ser que tiene todo el poder, y este Ser es Dios. ¡Te deseamos que lo encuentres ahora!

Las medidas parciales no nos ayudaron. Estuvimos en el punto decisivo de nuestra vida. Pedimos ayuda y protección a Dios, abandonándonos completamente a Su voluntad.

He aquí los pasos que seguimos y que proponemos como programa de recuperación:

1) Admitimos nuestra impotencia ante el alcohol y que nuestras vidas se habían vuelto incontrolables.

2) Llegamos a creer que un Poder más grande que nosotros podría devolvernos la razón.

3) Tomamos la decisión de confiar nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como lo pudimos concebir.

4) Procedimos a hacer un inventario moral profundo y sin miedo de nosotros mismos.

5) Admitimos frente a Dios, frente a nosotros mismos y frente a otro ser humano, la naturaleza exacta de nuestras culpas.

6) Consentimos plenamente que Dios eliminase todos los defectos de nuestro carácter.

7) Nosotros Le pedimos humildemente que hiciese desaparecer nuestras deficiencias.

8) Hicimos una lista de todas las personas a las que habíamos dañado y decidimos hacer enmiendas a todas ellas.

9) Hicimos enmiendas directamente a tales personas, en cuanto nos fue posible, excluyendo aquellos casos en que, al hacerlo, hubiéramos podido dañarlas a ellas o a otras personas.

10) Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos encontrábamos en culpa, de inmediato lo admitimos.

11) Buscamos, a través de la oración y la meditación, mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como nosotros pudimos concebirlo, rogando sólo que nos hiciera conocer Su voluntad con respecto a nosotros y que nos diera la fuerza para cumplirla.

12) Habiendo conocido una experiencia espiritual como resultado de estos pasos, tratamos entonces de transmitir este mensaje a otros alcohólicos y de poner en práctica estos principios en todos los actos de nuestra vida.

Muchos de nosotros exclamaron: ¡Es demasiado difícil! ¡Yo no voy a llegar!" No se desanime. Nadie de nosotros ha podido poner en práctica estos principios a la perfección. No somos santos. Lo que cuenta es que nosotros estemos dispuestos a progresar según los principios espirituales. Nosotros hemos buscado progreso espiritual mas que perfección espiritual.

Nuestra descripción del alcohólico, el capítulo que dedicamos a los agnósticos, nuestras experiencias antes y después de la recuperación, ponen en evidencia tres puntos bastante claros :

a) Que éramos alcohólicos e incapaces de controlar nuestras vidas.

b) Que probablemente ninguna fuerza humana hubiese podido salvarnos del alcoholismo.

c) Que Dios podía y quería hacerlo si Lo buscábamos.

Finalmente convencidos, estábamos en el Tercer Paso, que habla de todo lo que es necesario para el abandono de nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios. ¿Qué tratamos de decir con esto ? ¿Y que hacemos exactamente para abandonarnos a Él ?

El primer requisito es el convencimiento de que una vida conducida de acuerdo con la propia voluntad e independencia raramente puede tener éxito. Sobre esta base casi siempre nos encontramos en conflicto con alguien o algo, aunque nuestros motivos sean buenos. La mayor parte de los hombres trata de vivir basándose en su propia energía personal. Cada persona es como un actor que pretende dirigir la representación total: las luces, la danza, los actores, el escenario, siguiendo sus propios gustos. Si sus órdenes se siguieran y si los otros sólo se apegaran a sus deseos, el espectáculo sería perfecto. Todos estarían satisfechos, incluso él. La vida sería magnífica. En sus esfuerzos por poner todo en orden, nuestro actor quizá pueda mostrarse a veces muy virtuoso. Puede ser afable, simpático, cortés, generoso, indulgente, modesto y altruista. Y también puede ser egoísta, deshonesto y agresivo. Como todas las personas en este mundo, es probable que tenga una personalidad con múltiples facetas.

¿Qué ocurre normalmente? El espectáculo no se desarrolla muy bien y nuestro actor comienza a creer que el ambiente en el que vive no lo trata como él piensa que se merece. Decide hacer esfuerzos más grandes para tener éxito. Se vuelve más exigente o más amable, según sea el caso. No obstante, el espectáculo ahora no le gusta. Admite que tal vez tiene alguna culpa, pero piensa que los demás son más culpables. Se irrita, se indigna y se desprecia. ¿Cuál es su problema fundamental? ¿No es verdad que trata de alabarse a sí mismo, aun cuando trata de ser gentil? ¿No es víctima de la ilusión de que se puede lograr dicha y satisfacción en este mundo con la sola condición de saber cómo hacerlo? ¿No es evidente para el resto de los actores que esto es lo que él quiere? ¿Y no es cierto que todo eso incita a los otros a vengarse, retirando lo mejor del espectáculo? Aun en sus mejores momentos, ¿no crea él más confusión que armonía?

Nuestro actor es un egocéntrico y un ególatra. Es como un rico pensionado que pasa bien el invierno bajo el sol de Florida, lamentando el desastre financiero en el que se encuentra su nación; es como un predicador que suspira con horror por los pecados del siglo XX; es como el político y el reformador que afirma que seguramente la Utopía se realizaría si los demás se comportaran bien; y como el ladrón que fuerza cajas de valores mientras piensa que la sociedad se ha comportado mal con él; y como el alcohólico que ha perdido todo y se recupera tras de cuatro paredes. Cualesquiera que sean nuestras protestas, ¿no es verdad que la mayor parte de nosotros estamos preocupados por nosotros mismos, por los propios resentimientos, y no hacemos más que conmiserarnos?

Egoísmo y egocentrismo. He aquí la causa de nuestras penas. Llevados por múltiples formas de temor, miedo, preocupaciones, autoconmiseración, pisamos a los otros y ellos reaccionan. A veces nos hacen daño, sin que haya mediado una provocación de nuestra parte; pero si reflexionamos sobre cuánto hemos hecho, podremos reconocer que dimos motivos suficientes para provocarlos, porque bajo nuestro egocentrismo y nuestra autoconmiseración no pensamos mas que en nosotros, sin preocuparnos de los demás.

En el fondo pensamos que la causa de nuestros problemas somos nosotros mismos. Ellos surgen de nuestro interior. Y el alcohólico es el ejemplo típico de una voluntad sin freno, aunque la mayor parte de las veces no se dé cuenta. Antes que todo, los alcohólicos debemos desembarazarnos de nuestro egoísmo, si no el egoísmo nos mata. Dios nos da la posibilidad. A menudo la experiencia nos enseña que no nos es posible abandonar nuestro egoísmo sin Su ayuda. Muchos de nosotros tuvimos muchas convicciones morales y filosóficas, pero no pudimos ponerlas en práctica aun cuando lo deseábamos. Ni tampoco pudimos con nuestra solas fuerzas reducir nuestro egoísmo, por mucho que deseáramos o tratáramos. Necesitamos la ayuda de Dios.

He aquí el cómo y el porqué de nuestro método. Antes que nada tuvimos que dejar de comportarnos como si fuésemos Dios. Este modo de ser no funcionó. Después decidimos que en este drama de la vida Dios fuese nuestro Director: ¡Él sería el Director y nosotros sus agentes! Él es el Padre y nosotros somos Sus hijos. La mayor parte de las buenas ideas no son complicadas, sino simples, y este concepto ha sido la llave de este arco del triunfo por el cual hemos pasado para reencontrar nuestra libertad.

Tomada esta resolución con sinceridad, comprendimos que en torno nuestro acaecían cosas maravillosas y que teníamos un nuevo Patrón. En Su omnipotencia, Él nos proveía de lo que necesitásemos, a condición de que estuviéramos cerca de Él e hiciésemos bien Su trabajo. Llenos de fe en Él, nos fuimos interesando menos en nosotros mismos, en nuestras pequeñas ideas y en nuestros proyectos. Más y más interesante era aportar una contribución a la vida. Mientras sentíamos que nos inundaba una nueva fuerza, gozábamos una profunda paz del espíritu y cuando descubrimos la posibilidad de encarar la vida con éxito, cuando tuvimos conciencia de Su presencia, comenzamos a perder aquel miedo del hoy, del mañana y del porvenir que siempre habíamos tenido. Habíamos nacido por segunda vez.

Aquí nos encontramos entonces en el Tercer Paso. Varios de nosotros se dirigieron a su Creador, tal como ellos lo entendían, con la siguiente plegaria:

Oh, Dios, te ofrezco todo de mí para que Tú puedas rehacerme de nuevo y hagas de mí lo que quieras. Libérame de la esclavitud del egoísmo, para que yo pueda cumplir tu Voluntad. Aleja de mí las dificultades, de suerte que mi victoria sobre ellas sea un testimonio de Tu fuerza, de Tu amor y de Tu modo de vida para aquéllos a quienes yo haya ayudado. Haz que yo pueda hacer siempre Tu voluntad."

Largamente reflexionamos antes de pasar esta etapa, ya que queríamos estar bien dispuestos; queríamos estar seguros de que, al fin, podíamos abandonarnos a Él completamente.

Descubrimos que era bueno afrontar este paso de crecimiento espiritual junto con alguna persona comprensiva, ya fuera la esposa o un buen amigo o el director espiritual. Mejor es encontrarse a solas con Dios que con una persona que no comprenda. La selección de las palabras evidentemente que depende de nosotros: lo importante es que se exprese claramente lo que uno intente afirmar. Es solamente el inicio, pero si se comienza con humildad y honestidad el camino hacia el abandono a Dios, de inmediato se tienen resultados, a veces bastante grandes.

Enseguida nos encaminamos en una carrera de vigorosa actividad, cuyo primer paso es un inventario personal, una limpieza de nuestra conciencia, que muchos de nosotros ni siquiera habían intentado hacer. Aunque la decisión tomada fue crucial y determinante, comprendimos que no podía haber un efecto duradero si no era seguida por un constante y continuo acto de voluntad de enfrentar y liberarnos de todos nuestros impedimentos. La necesidad de beber no era más que un síntoma. Por lo tanto, debíamos atacar las causas y los motivos.

Para tal fin, como dijimos arriba, comenzamos el inventario personal. Era el Cuarto Paso de nuestro crecimiento espiritual. Un negociante que no hace regularmente el inventario de las mercancías, está destinado al fracaso. Hacer un inventario comercial consiste en reconocer los hechos y examinarlos. Se busca conocer bien las mercancías en almacén. Uno de los fines de la operación es determinar cuáles son las mercancías dañadas o invendibles. Entonces hay que liberarse de ellas prontamente y sin lamentarlo. Si un negociante está interesado en el éxito, no puede engañarse sobre cuánto hay en la tienda.

Hicimos un inventario semejante de nuestra vida, y lo hicimos sinceramente. Al principio buscamos las imperfecciones de nuestro carácter que causaron nuestro fracaso. Convencidos de que el egoísmo es la causa de nuestra ruina, consideramos sus manifestaciones más comunes.

El resentimiento es el enemigo número uno". Este sentimiento destruye más alcohólicos que cualquier otra cosa. Da lugar a todas las formas de enfermedad espiritual; hay que admitir que estábamos afectados no sólo mentalmente y físicamente, sino también espiritualmente. Por lo tanto, cuando el mal espiritual ya no existe, nos recuperamos física y mentalmente. Para examinar nuestros resentimientos, los escribimos sobre una hoja. Hicimos la lista de las personas, de las instituciones o de los principios que suscitaban nuestra cólera. Nos preguntamos por qué nos enojábamos. Encontramos que la mayor parte del tiempo nos sentimos heridos o amenazados en nuestro amor propio; nuestras ambiciones, nuestra cartera, nuestras relaciones personales (comprendidas aquí las sexuales) estaban en peligro y amenazadas. Eso nos hacía sufrir y también encolerizarnos.

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