jueves, 12 de julio de 2007

Nuestro modo de vida

(Ver Libro azul, cap. I, La historia de Bill.

En el hospital me separé del alcohol por última vez. El tratamiento parecía ser el indicado, ya que yo mostraba síntomas de delirium tremens.

Después, yo me ofrecí humildemente a Dios, tal como lo concebí,

- Le pedí que dispusiese de mí como Él lo deseara.

- Me puse sin reservas bajo Su cuidado y dirección.

- Admití por vez primera que por mí mismo yo no era nada; que sin Él estaba yo perdido.

- Sin reservas encaré mis pecados y estuve de acuerdo en que mi nuevo Amigo los extirpase.

Desde entonces jamás he vuelto a beber.

Mi antiguo compañero de escuela me vino a visitar

- y le hice saber todos mis problemas y todas mis deficiencias.

- Hicimos la lista de personas a quienes en alguna forma yo les hubiese causado un daño o hacia quienes yo nutría rencores.

- Me mostré enteramente dispuesto a encontrar a esas personas y a admitir mis errores, sin jamás juzgarlas.

- Yo iba a corregir todos mis errores lo mejor que pudiese.

Debía poner a prueba mi pensamiento mediante la conciencia de la presencia de Dios en mí.

El sentido común iba a ser sustituido por la guía divina.

¿Cómo?

Cuando tuviese dudas, me sentaría tranquilamente

- y pediría solamente que me fuesen dadas la fuerza y la luz para atender mis problemas en la forma en que Dios lo quisiese.

- Jamás debería rezar para mí, sino para pedir ser más útil a los demás.

Solamente así podría esperar ser correspondido. Pero, en tal caso, sería correspondido abundantemente.

Mi amigo me prometió que cuando se realizaran estas cosas, viviría yo un nuevo género de relación con mi Creador; que tendría en mis manos los elementos de un modo de vida que traería la solución a todos mis problemas. Esencialmente, era suficiente creer en el poder de Dios y estar dispuesto, con toda humildad y con toda honestidad, a establecer y a mantener este nuevo orden de cosas.

Simple, pero no sencillo; un precio habría de pagarse.

Aquello significaba la destrucción de mi egocentrismo. Debía de poner todas las cosas en manos del Padre de la Luz que reina sobre todos nosotros.

Estas proposiciones eran a la vez que radicales, revolucionarias; pero, a partir del momento en que las hube aceptado, el efecto fue electrizante.

- Tuve una impresión de victoria, seguida por una sensación de paz y serenidad como jamás la había experimentado.

- Tenía una confianza plena.

- Me sentí transportado, tal como si el tonificante viento fresco de las montañas me hubiese envuelto.

- A la mayoría de los seres humanos, Dios se le manifiesta poco a poco, pero Su encuentro conmigo fue repentino y profundo.

Durante un cierto tiempo me sentí inquieto; llamé a mi médico amigo para preguntarle si él creía que yo aun estuviese sano de la mente. Asombrado, escuchaba lo que yo le contaba.

Finalmente, y sacudiendo su cabeza, me dijo: Algo ha llegado a ti que no alcanzo a comprender. Pero es preferible que te aferres a ello. No importa lo que sea, pero es mejor que el estado en que te encontrabas." Al día de hoy, este buen doctor tiene a menudo la oportunidad de encontrar pacientes que desarrollan experiencias como la mía. Él sabe que son verdaderas.

En mi cama del hospital me asaltaba el pensamiento de que habría miles de alcohólicos desesperados que estarían felices de beneficiarse con aquello que me había sido dado de manera tan gratuita. Quizás pudiese ir en auxilio de algunos. A su vez, ellos podrían acudir en auxilio de otros.

Mi amigo había insistido sobre la absoluta necesidad de poner en práctica estos principios en todos los aspectos de mi vida. Era necesario, sobre todo, tratar de ayudar a otros alcohólicos tal como él lo había hecho conmigo. La fe sin obras es una fe muerta, me decía.

¡Qué importante es esto para los alcohólicos!

Puesto que si un alcohólico se descuida en enriquecer y perfeccionar su vida espiritual con el trabajo y la dedicación hacia los demás, no podrá superar las pruebas y las depresiones que le esperan. Si no se empeña en este crecimiento interior, con toda seguridad volverá a beber y, si bebe, morirá, de seguro.

Entonces, la fe estaría muerta, efectivamente. Y es así también para nosotros.

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